8.7.06

Uruguay - en la puerta del recital

Agarré mi mochila con algunos aros y algunas pulseras y tobilleras. La idea era vender algunas cosas y conseguir los 150 pesos (uruguayos, recuerden) para la entrada. Llegué y empecé a caminar entre la gente, ofreciendo mis "productos". La gran mayoría de las chicas decía alguna variante de "ay, que lindo!... pero no, gracias". Los hombres ni siquiera miraban. Sólo los que estaban con la novia espiaban un poco a ver si podían hacerle un pequeño regalo. Pero nada.

Entonces hice una rebaja momentanea y por razones de fuerza mayor: puse todo a mitan de precio. El famoso 2x1. Funcionó un poco. En especial con aquellas que ya habían dicho "ay, que lindo", a las cuales volví a recorrer con mi oferta irresistible.

Vendí un poco. Junté unos 50 pesos, pero todavía me faltaban 100. Y la gente no quería saber nada. Y muchos ya estaban entrando, ya era la hora. En seguida, con el instinto anti tristeza funcionando a toda máquina, empecé a pensar en el sánguche que me iba a comprar con esa plata cuando volviera a la pensión sin haber visto a Charly.

Entonces me pareció ver a alguien conocido. Uno de los dos chicos que estaba preparando para rendir matemática. Que estaba con otros chicos, compañeros del colegio, que ya había conocido. Y además algunos más, que no me conocían. Algunos de ellos era los de ese grupo que ya había recibido regalos míos, aros y así. En total eran un grupo de 8 entre chicos y chicas.

"Hola Leo!, qué hacés por acá?", preguntó alguno y les expliqué sobre la hamburguesa que me iba a comprar en un rato. Cuando se dieron cuenta que había ido a ver si podía entrar al recital, alguno dijo "uh, que garrón". Claro, todos ellos tenían ya su entrada, estaban listos para entrar, alegres. No les gustó verme así, medio triste... y tanto les disgustó la idea de entrar dejándome afuera que uno de ellos dijo "pero pará... si te faltan 100 pesos... significa que si cada uno pone... no sé, poco, podemos comprar la entrada.

Y como buen grupo de adolescentes que se une para hacer "justicia", cada uno sacó su billetera y algunos pusieron 10, otros 15, hasta llegar a 100. Yo agregué mis 50, me acerqué hasta la ventanilla desierta, ya que la mayoría ya estaba adentro, compré la entrada y de repente estaba entrando en el lugar.

Me resulta difícil describir la sensación que tuve en ese momento sin caer en razonamientos bucayescos y cohelianos, pero imaginen que tiene algo que ver con "conseguir lo que uno se propone" y " nunca rendirse".

Les dejo esa última línea para que cada uno desarrolle su propio Paulo Bucay interior.

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